7/20/07

Conciencia y Guerra: El Leviatan en Boga


Werner Horvath Thomas Hobbes "Leviathan"


CONCIENCIA Y GUERRA:
El Leviatán en boga

(Publicado Originalmente en el periódico La Opinión 29 de diciembre 2002)

Hoy más que nunca es necesario someter la idea de la guerra a un fuerte escrutinio científico y generar nuevas formas de pensamiento que nos permitan comprenderla sin justificarla de forma mística o ideológica.
ANTONIETA MERCADO

El concepto de derecho internacional
carece de sentido si se interpreta
como un derecho para ir a la guerra.

Emmanuel Kant, La Paz Perpetua


En las últimas décadas los avances científicos han desafiado la vieja idea de que la conciencia humana era algo misterioso e impenetrable, discernible únicamente por revelaciones de iniciados que alcanzaban el éxtasis espiritual o por algunos magros triunfos del psicoanálisis. Los avances en neurología han demostrado que la conciencia es un fenómeno biológico que se puede estudiar directamente y lo más fascinante es que se puede estudiar desde otra conciencia.

Es casi cierto que inauguraremos este año nuevo con una guerra en contra de Irak y que muchos ven este suceso como inevitable, como una parte de la naturaleza humana que responde legítimamente con violencia a otra violencia real o imaginaria. Nuestros estados-nación modernos están constituidos por nociones sobre la naturaleza humana que provienen tanto de los clásicos como de la escuela del derecho natural, Rousseau, Hobbes, Locke, Montesquieu y Kant son algunos de los exponentes de esta escuela de pensamiento. Estos filósofos concibieron los fundamentos del Estado-nación a partir de hipotéticos estados naturales en los que el ser humano era inicialmente inocente y bueno (como el caso de Rousseau) o perverso (como en el caso de Hobbes).

La sociedad según la teoría del derecho natural, se forma por un contrato celebrado por individuos que renuncian a su estado original para constituir un poder social que les permita vivir en comunidad. Aquí la idea de Hobbes ha predominado en la constitución de nuestros modernos estados-nación. Esta teoría se basa fundamentalmente en la naturaleza violenta y perversa del ser humano que lo conduce a un permanente estado de guerra. De ahí la necesidad de un Leviatán o Estado que monopolice el uso de la violencia para garantizar la paz a los individuos que lo componen. El terrorismo es una forma de desafiar este contrato inicial al utilizar nuevamente la violencia original en contra del Estado y del bien común. Por eso es moralmente bueno erradicarlo con el uso de más violencia.

¿No será esta concepción de la guerra, la violencia y la naturaleza humana de la misma índole que el autoengaño milenario sobre la impenetrabilidad de nuestra conciencia? ¿De veras será inherente al ser humano la permanente condición de guerra? ¿O nos hemos autoengañado en una perpetua retroalimentación generada por la conciencia y difundida por la sociedad, la cultura y los medios de comunicación?

Quizá los motivos de la guerra sean más de carácter retórico que natural. Cuando la concepción del Estado moderno se basa predominantemente en los conceptos hobessianos en los que el ser humano es inherentemente malo y violento por naturaleza y predomina la famosa frase del Leviatán en la que se estipula que el hombre es el lobo del hombre, flaco favor se hace al lobo como al hombre al perpetuar ciegamente esta idea.

Cuando parece ser que el único recurso que nos queda es la guerra es cuando más necesitamos preguntarnos sobre la veracidad de nuestra predisposición a la violencia individual y colectiva. Recientemente se hizo un estudio en Francia y Estados Unidos en el que se preguntaba a varios centenares de jóvenes sobre la inevitabilidad de la guerra.

Aquellos que creían que la violencia era inherente a la naturaleza humana, tendían a pensar que la guerra era inevitable y a resignarse cuando esta aparecía. Por el contrario, aquellos que no creían en la guerra como un valor intrínseco, creían que sí se podía evitar. De igual manera, muchos de los miembros de grupos pacifistas, inician actividades en contra de la guerra como producto de la frustración y el enojo ante la violencia de estado.

También existe la creencia que la guerra es el mejor estado para demostrar valor, heroísmo y moralidad. Mientras que durante los periodos de paz el heroísmo se pierde en actos rutinarios y monótonos. Las guerras son periodos de alto contenido ideológico que sirven para generar traumáticos pero memorables eventos y gloriosas anécdotas que dan cuenta del valor y habilidades de los combatientes.

Todas estas creencias nos llevan a aceptar la guerra como inevitable y la paz como un estado transitorio entre guerra y guerra, en el que nos preparamos para un devenir heroico, o peor, como una utopía inalcanzable producto de ensoñaciones de pacifistas trasnochados. Después de todo los tiempos de paz no hacen tantas noticias y hay menos estatuas y monumentos para los héroes de la vida cotidiana. En tiempos de paz, los enemigos son menos evidentes, pero no menos letales. Nos cuesta trabajo galardonar el heroísmo de todos los días, los pequeños avances en el conocimiento de la humanidad son difíciles de expresar retóricamente, los estrategas de las batallas en contra del miedo, de la enfermedad, de la ignorancia, la pobreza o la discriminación, reciben menos loas que los estrategas de una gresca militar.

Quizá habría que repensar la guerra como una construcción social, como un acto consciente y no inherente al ser humano. Revertir la idea de que la guerra y la violencia son inevitables y estudiarlas como otros fenómenos antes tabú como la bioquímica de la conciencia. Hoy más que nunca es necesario someter la idea de la guerra a un fuerte escrutinio científico y generar nuevas formas de pensamiento que nos permitan comprenderla sin justificarla de forma mística o ideológica.

Tal vez necesitamos desarrollar otras fuentes para generar orgullo y gallardía, utilizando recursos similares a los que han propagado a la guerra como salvación del tedio y arena absolutamente necesaria de la manifestación del heroísmo humano. Quizá el conocimiento científico nos ayude a descubrir que la guerra es un pretexto para demostrar valor y fuerza y que necesitamos estados, gobiernos y sociedades que abandonen la idea hobbesiana y que vean los recursos de la violencia y la guerra como últimos y vergonzosos actos ajenos a nuestra naturaleza. Tal vez la retórica y la propaganda ayuden entonces a la ciencia a proliferar la noción de la guerra y la violencia como fenómenos sociales indeseables y por tanto evitables.

Antonieta Mercado se especializa en comunicación y análisis político.

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